jueves, 12 de abril de 2018

Raúl Castro prometió mucho, pero cumplió poco



El Gobierno de Raúl Castro, a punto de concluir, se ha caracterizado por la distancia entre la denuncia y el análisis de los problemas y las soluciones a poner en práctica. Esa limitante intrínseca a los dos mandatos raulistas abre una interrogante sobre si su sucesor logrará avanzar en algún sentido en las soluciones, uno de los tantos problemas que quedarán pendientes cuando este abandone la presidencia.

A lo largo del tiempo de su mandato, se han destacado dos bloques, que por una parte definen la distancia entre las aspiraciones y realidades del gobierno raulista y, por la otra, las diferencias entre la situación en que vivían los cubanos antes de la llegada del menor de los Castro al poder y el momento actual.

En el primer caso, hay un marcado contraste entre un diagnóstico claro y las soluciones tardías o a medias llevadas a cabo por el actual Gobierno cubano. En este sentido, un notable paso de avance es el hecho de que la prensa oficial se ha transformado en buena medida y ha pasado de la simple complacencia y el ocultar la realidad, a la publicación de reportajes y artículos que presentan los problemas actuales del país. Si bien aún puede reprocharse a esta prensa la no presentación de la totalidad de los problemas existentes en la Isla -algo que, por otra parte, puede decirse también de la existente en otras partes del mundo-, no por ello se debe negar que ésta ha comenzado a desarrollar su verdadera función de divulgación y crítica de los problemas nacionales.

En otras palabras, en la actualidad la prensa cubana -en especial el periódico Juventud Rebelde y con menor énfasis también Granma- permite conocer mejor la realidad del país que lo que se le reconoce en Miami, donde se publican sin el menor recato los cables de los corresponsales extranjeros que en muchos casos son un simple refrito de lo aparecido en las páginas de estos diarios, mientras se sigue repitiendo que el periodismo que se hace en la Isla se limita a una sarta de omisiones, tergiversaciones y mentiras.

Este cerrar los ojos ante la realidad cubana es parte de la atmósfera dominante en el sur de la Florida, donde el mirar hacia otro lado impide en muchas ocasiones conocer, al menos de forma superficial, lo que ocurre en Cuba, al tiempo que limita el aprovechamiento de los recursos disponibles para el análisis.

Sin embargo, este reconocimiento al planteamiento real de los problemas, por parte de algunos órganos de la prensa oficial cubana, debe ir también acompañado del señalamiento de que, por lo general, éstos omiten o no enfatizan el corto alcance de las soluciones adoptadas hasta el momento. Es decir, que no basta el planteamiento del problema cuando no se dice también lo poco que se hace para resolverlo.

El segundo aspecto tiene una importancia fundamental, en lo que se refiere a la percepción que tienen los habitantes de la Isla: pese a una serie de pequeñas reformas, la situación real no ha mejorado sustancialmente.

Si bien la llegada de Raúl Castro a la presidencia del país significó el fin una serie de restricciones -consideradas excesivas por el nuevo mandatario- su abolición ha significado apenas la posibilidad de adquisición de una serie de artículos y productos que la mayoría de los cubanos no cuenta con el nivel adquisitivo necesario para comprar, y en muchos casos, para obtenerlos tienen que recurrir a parientes en el extranjero o vincularse a actividades delictivas en mayor o menor medida.

Dos fueron los aspectos básicos que marcaron la diferencia entre la más breve presidencia de Raúl Castro y los largos años de su hermano mayor como gobernante.

Uno tiene implicaciones ideológicas: refleja una concepción opuesta sobre el individuo y sus valores y encierra incluso una cuestión filosófica. Donde Fidel Castro vio supuestas limitaciones individuales, una ausencia de cualidades revolucionarias y un afán natural hacia la avaricia y el enriquecimiento que el Estado debía reprimir, Raúl Castro tuvo en cuenta una condición humana, un mecanismo y una forma de motivación que la sociedad debía aprovechar para su desarrollo: una paga sin restricciones, la posibilidad de tener más de un empleo y la existencia de estímulos económicos que permitirán la utilización del dinero como motor impulsor de una mayor productividad.

Más acorde con un socialismo de transición (ya a estas alturas, esta transición parece perenne) que al pensamiento semi feudal de su hermano mayor, por un momento Raúl pareció apostar por un socialismo como dinero, aunque sin llegar al modelo chino que muchos le quisieron achacar. Sin embargo, sea por limitaciones propias, circunstancias del momento o presiones de los círculos más conservadores dentro del régimen, nunca fue capaz de que su visión lograra avanzar hacia una verdadera transformación, y siempre ha estado más cercana a un precomunismo ruso que a un postcomunismo chino.

El Gobierno de Raúl no ha sido capaz de abrazar la célebre frase de Bujarin a los campesinos rusos -¡Enriqueceos!- y mucho menos adoptar la actitud de Deng Xiaoping. Para el régimen castrista, sigue importando más el color del gato que su capacidad para cazar ratones.

De esta manera, el plan raulista fracasó en su énfasis original de la transformación agrícola como una forma de superar en buena medida las limitaciones económicas por las que atraviesa la Isla y derivó hacia la venta de la ilusión de una inversión extranjera como solución de los problemas, que está lejos de materializarse.

Por ello Cuba no ha logrado superar la paradoja de que, en buena media, su déficit comercial obedece principalmente a un aumento de las importaciones en alimentos: al tiempo de que es un país fundamentalmente agrícola y con tierras fértiles tiene que importar la mayoría de los alimentos.

Si bien en un primer momento el gobierno de Raúl Castro trató de estimular la agricultura a través de formas diversas, desde lograr que el Estado liquidara sus deudas a los campesinos hasta un aumento de los precios que pagaba por los productos agrícolas, y la entrega de tierras improductivas en usufructo a quienes querían cultivarlas, lo limitado de las reformas trazadas y el aferrarse al monopolio y control estatal excesivo condujeron a un fracaso del objetivo.

En un gobierno extremadamente celoso con la imagen como es el cubano, la presencia constante de Miguel Díaz-Canel al lado de Raúl Castro en todos los actos -con independencia incluso de su importancia- en los últimos meses indica una clara pausa sobre la sucesión de la presidencia. Con Díaz-Canel se abre además la posibilidad de abrir un camino de gestión tecnócrata que si no logra el éxito esperado en un período determinado -sea por ineficiencia o por rencillas internas acrecentadas- es fácil de modificar: no se sustituye a un Castro, a un Díaz-Canel se quita fácil del medio. Es posible que, entonces, Raúl Castro no esté designando a un sucesor, sino simplemente a un paraguas.

Cubaencuentro, 22 de febrero de 2018.
Foto: Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, entre otros, durante la visita a una empresa militar industrial de La Habana. Tomada de Cubaencuentro.

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